LA VIDA A RATOS



LUNES. Escucho atentamente  en la radio decir a un experto de una reconocidísima universidad americana  (por tanto, tiene razón y si no hay que dársela), que revisionar muchas veces una película o un libro nos sirve para obtener experiencias más ricas y profundas, nos ayuda a tomar conciencia del paso del tiempo y de nuestro propio crecimiento y favorece la introspección y la reflexión sobre nuestro pasado y presente; por tanto se debe considerar como un aprendizaje de nosotros mismos y responde a una personalidad observadora y de madurez. ¡Casi nada! Pienso que esta argumentación se puede aplicar perfectamente al libro "La vida a ratos" de Millás. Merece ser leído y releído cuantas veces haga falta, o como mínimo tenerlo siempre a mano. Su autor, con una mirada paciente y muchas veces divertida, nos habla de la vida y la muerte con total naturalidad  (¿acaso debería existir otra manera?),  y a la vez desde el pavor y desconcierto que provocan ambas en su día a día. Millás gestiona las vivencias de su personaje de forma filosófica y, en ocasiones, un tanto surrealista. Como si fuera un Gary Cooper en Sólo ante el peligro convierte al personaje en héroe y superviviente tanto de su realidad como de sus manías obsesivas y persecutorias. Las reflexiones son como capturas de realidad, fotogramas narrados, instantáneas que invitan a detener el tiempo y ser observadores de una manera estática.  La estructura del libro, a modo de diario, no exige entrar de lleno en la novela. Sus capítulos no siguen un orden cronológico pero sí mantienen ejes de unión y pueden leerse de manera independiente sin problema. Originariamente fueron publicados semanalmente en la ya extinguida revista Interviú. Tenerlos ahora recopilados en un libro es un lujo.

MARTES. Los martes son impostores. Prácticamente iguales que los lunes en tiempo y forma. Yo mismo, en muchas ocasiones, no sé si estoy viviendo un martes o todavía sigo en el lunes. 

MIERCOLES. Charlo con una amiga quien me explica que de un tiempo hacia aquí acude mensualmente a la consulta de una psiquiatra (no confundir con psicoanalista). Me comentaba, algo sorprendida, que percibe que en realidad es la psiquiatra la que se beneficia de la terapia con ella. No me lo contaba como un reproche sino como algo muy positivo: curioso. ¿Quién sabe? Quizás forma parte de una técnica pionera para las terapias del futuro: pagar para que alguien, en este caso la psiquiatra, se deje (ficticiamente) ayudar por ti; y en ese momento en que ayudas es cuando realmente te sientes bien y sanas tu mente. Vivimos en una sociedad de egoísmo sistemático y tal vez en el futuro tengamos que pagar para hacer el bien. En fin.... En España, actualmente, los problemas se continúan resolviendo en los bares. Millás va más allá y hace buen uso de ambos métodos. En el libro la figura de la psicoanalista resulta tan necesariamente innecesaria como lo es el Gintonic de media tarde o tomarse un par de ansiolíticos. Las rutinas son buenas. Millás las cumple como buen obsesivo compulsivo.

JUEVES. Siempre he tenido curiosidad por asistir a un taller de escritura. Imagino que deben existir  de muchos tipos y que ninguno será como el descrito en el libro donde profesor y alumnos comparten extravagancias a partes iguales. Me he reído a gusto con las situaciones narradas, y ejerce de mecanismo muy útil para sintonizar al personaje con otras realidades.

VIERNES. He terminado el libro. Sin ninguna duda lo definiría como un libro necesario. Merece ser leído: bien escrito (obvio), divertido, inteligente, perspicaz. Millás es el observador que todos llevamos dentro. Cinismo e ironía se mezclan con bondad e inocencia. Retrata perfectamente la sociedad y sus convencionalismos. 

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